Un desafío inminente para la utopía libertaria
El Gobierno aspira a que la expresidenta pueda competir en Buenos Aires y monitorea a la Corte; la guerra peronista, la confusión “republicana” y el mensaje oculto de Milei al Papa
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Javier Milei le llevó al papa León XIV un mensaje provocador disimulado en un regalo, como un caballo de Troya en miniatura. Le obsequió una serie de libros escritos y seleccionados por su admirado Jesús Huerta de Soto, el profesor español que defiende el “anarquismo de propiedad privada”, promueve el fin del Estado y se cansó de repudiar a Jorge Bergoglio por su prédica en favor de la “justicia social”.
Fue el módico acto de autoafirmación de un político que necesita resaltar en todo momento su rasgo antisistema, incluso cuando acepta acogerse al protocolo milenario del Vaticano. Es la misma pulsión que lo empuja a diario al insulto, al grito, a la descalificación sin fundamento, a usar un lenguaje soez que solía estar vedado en la escena pública. Desprecia a quienes le exigen “cuidar las formas” porque cree que su éxito se basa precisamente en hacer lo contrario a lo que se espera de él.

Así, de modo minucioso y consciente, va instalando la idea de una ausencia de reglas, un vacío en el que la voluntad del líder da forma a “la nueva verdad”. El disenso se penaliza sin piedad ni límites, aunque tenga que recurrir a la crueldad de atacar desde la cima del poder a un niño de 12 años con autismo.
La narrativa del indomable ha sido exitosa hasta el momento porque se combinó con un programa económico que dio resultados en la baja de la inflación y la estabilidad cambiaria, después de años descalabro. Pero también porque el Gobierno usó sin matices el truco psicológico del bien contra el mal. Criticar a Milei equivale a alentar el regreso del kirchnerismo.
Esa fue la coartada moral con la que gran parte del Pro y del radicalismo apoyaron en el Congreso medidas que consideraban injustas en la intimidad, del mismo modo que persiguen ahora un acuerdo electoral de supervivencia, sobre todo en la provincia de Buenos Aires. Contra Cristina Kirchner todo vale.
La confortable lógica de “ellos contra nosotros” entró en crisis desde que las versiones que salen del Palacio de Tribunales indican que la Corte Suprema podría convalidar la condena a prisión de la expresidenta y sacarla de la grilla electoral en la que ella se puso el lunes pasado.
La inquietud en el Gobierno es inocultable. La postulación de Cristina en la Tercera Sección Electoral era el escenario soñado por los armadores libertarios. Por un lado, porque facilita un acuerdo sin rebeldías con los aliados a los que espera deglutir dentro de La Libertad Avanza (LLA). Por otro, porque con ella en la primera línea de batalla –calculan– al peronismo le será infinitamente más difícil salir de su estado de estupefacción, fractura e impotencia.
La vocación de Milei por ayudar a la expresidenta quedó en evidencia cuando el Gobierno maniobró para que no se aprobara la ley de ficha limpia. La pistola humeante quedó en manos del misionero Carlos Rovira, patrón de los senadores que se dieron vuelta en el momento de la votación después de haber acompañado durante un año y medio todos los deseos de la Casa Rosada.
En la semana que pasó dirigentes de la oposición amigable vieron la sombra de otro pacto en la forma en que se resolvió, de madrugada, la discusión en la Cámara de Diputados sobre quién presidirá la comisión investigadora del caso $LIBRA. El peronismo, después de mucha discusión, acató la intención de los libertarios de pasar la discusión a otro ámbito y que el cargo quede muy probablemente en manos de un legislador afín al Gobierno.

La Casa Rosada ha enviado mensajes encriptados a la Corte sobre su preocupación por el terremoto político que podría desatar la condena firme de la principal figura de la oposición, con la consecuente denuncia de “proscripción” bajo la cual se celebrarían las elecciones del 7 septiembre en Buenos Aires. “Por ejemplo, ¿cómo se interpretaría el casi seguro alto ausentismo en caso de que la dejen afuera? El kirchnerismo tendría un argumento perfecto para deslegitimar un triunfo nuestro”, sostiene un estratega oficialista.
El duelo kirchnerista
Cristina Kirchner también les dijo al menos a dos intendentes aliados que descuenta un fallo adverso en los próximos días. Lo deslizó en público este sábado en Corrientes: “Hay que estar atentos a que me metan presa”.
Anunció la candidatura un mes y medio antes de tiempo para que cualquier decisión judicial quede indudablemente enmarcada en un cuadro electoral.
Como carambola, la postulación acorraló a Axel Kicillof en medio de su aventura por cortar las cadenas que lo ataron a ella desde que juega en las ligas mayores de la política. Se puso en la lista sin negociar -como hace un jefe absoluto-, defendió la idea de nacionalizar la campaña -contraria al objetivo del gobernador- y demostró que mantiene el don de la centralidad.
Kicillof quedó en una trampa. Si aceptara “sin chistar” (como diría su ministro Carlos Bianco) las condiciones de Cristina, resultaría herido el plan emancipador que traza con un grupo mayoritario de los intendentes peronistas. Si decide enfrentarla, como algunos le aconsejan, se arriesga a una derrota casi segura contra los libertarios.

“Una cosa es ser valientes y otra, suicidas. No podemos llegar a 2027 con el candidato abollado”, explica uno de los caciques del flamante kicillofismo.
El encuentro entre el gobernador y su mentora, el jueves, fue áspero y sin las ceremonias de una reconciliación.
A Kicillof los intendentes aliados lo están evaluando. “Está aprendiendo a ser líder”, explica uno de ellos. Quieren ver hasta dónde se atreve a cortar lazos con Cristina. Detestan, sobre todo, a La Cámpora y la dinámica de sumisión que instaló en el peronismo bonaerense desde que la expresidenta convirtió a sus referentes juveniles en la vanguardia del partido. El camporismo se ríe de la estructura de la que presumen sus rivales internos. “Mirá a Larreta cómo terminó”, chicanean.
Lo que discuten no es la unidad, sino una forma de ir juntos a las elecciones. Como un matrimonio divorciado que negocia para asistir en paz al cumpleaños del hijo.
Kicillof y los suyos no lograron aún describir cuál es la disidencia ideológica, moral o programática que los separa del kirchnerismo. Las encuestas que maneja el peronismo muestran una coincidencia casi total entre quienes apoyan al gobernador y a la expresidenta. De hecho, aparecen más reflejos de autocrítica en los discursos de Cristina que en los de Kicillof. La disputa entre ellos queda reducida, a ojos de sus seguidores, a una pelea por espacios de poder. Cosas de “la casta” que denuncia Milei.
¿Qué pasaría en el peronismo si “la Jefa” termina presa y fuera de carrera? La discusión de candidaturas, pactos y estrategias está en pausa a la espera de señales más concretas desde la Justicia. “Sería un cimbronazo que obliga a pensar todo de nuevo. Cambia de raíz la campaña que tenemos en mente”, sostiene un funcionario de la gobernación.
Mérito y crueldad
La cúpula libertaria no puede más que coincidir en que sin Cristina enfrente tendrán que reinventar su plan. Sería incómodo. Milei descubrió en los momentos de fragilidad de su mandato que el apelativo “kuka” le resultaba de enorme utilidad para desacreditar cualquier crítica o reclamo molesto. Su antikirchnerismo es una construcción reciente, como podrá comprobar cualquiera que haya seguido sus discursos de la campaña presidencial. Proponía una refutación a toda la clase política y renegaba de la “grieta” que había dividido a la sociedad durante casi 20 años.
El fantasma del regreso kirchnerista le ha permitido denunciar una persistente campaña de desestabilización.
De tanto usarlo, el recurso empieza a gastarse. La semana que pasó el Gobierno experimentó una soledad preocupante en el Parlamento cuando una oposición a menudo irrelevante logró formar quorum y aprobar con una mayoría de 142 votos un aumento del 7,2% para los jubilados.
En esa votación perdió el apoyo acrítico de 9 legisladores del Pro, que se abstuvieron -eso sí- una vez que constataron que la derrota del oficialismo estaba garantizada. Varios de los gobernadores que solían acompañar siempre al Gobierno dejaron que sus delegados avanzaran con los proyectos que Milei resistía.
Ahora, el oficialismo queda apurado a rearmar el tercio de bloqueo que le permita blindar el veto si la ley, como se prevé, pasa el filtro del Senado. Queda frente a las consecuencias ingratas de despreciar la construcción política en nombre de la pureza antisistema.
La posibilidad de que un Congreso opositor desafíe el rumbo fiscal genera más ruido en los mercados que la amenaza etérea de una refundación kirchnerista.
Sobre todo, cuando empiezan a acumularse demandas derivadas de un plan de ajuste ejecutado con la lógica rudimentaria de la motosierra. La protesta del Garrahan, el recorte a las políticas de discapacidad y las penurias de los jubilados son señales de agitación a las que el oficialismo les aplica las reglas de la “batalla cultural”.
Milei sobreactúa rigidez. Llamó “ratas” y “degenerados fiscales” a los legisladores que promueven el aumento de haberes, insultó a periodistas que les dieron voz a los discapacitados y aplaudió a la diputada Juliana Santillán por tratar de mentirosos a los médicos residentes del Garrahan.
El episodio de Santillán retrata la lógica de un “poder sin reglas” que promueve Milei, en sintonía con otros movimientos similares en auge a nivel global. La diputada le enrostró en televisión a una médica que hubiera dicho que ganaba menos que una canasta básica. Se equivocó al leer un cuadrito que le mandaron desde el Gobierno: dijo que una familia de cuatro integrantes necesita 360.000 pesos para vivir, cuando en realidad esa es la canasta básica para una sola persona. No cambió el discurso ni ante la evidencia del furcio. Y se ganó el ansiado aplauso del Presidente en las redes sociales.

El gobierno que defiende la meritocracia como valor supremo avaló así un espectáculo degradante. La diputada gana 5 millones de pesos al mes, alguna vez se presentó como abogada sin serlo y ahora declara como profesión ser “diplomada en Escuela Austríaca”, por un curso online de dos meses que completó en honor a su jefe. Ella es la encargada de decirle a una pediatra que debe conformarse con un salario de 800.000 pesos porque es mucho más que una canasta básica. ¿No era eso “la casta” que denunciaba Milei? Un grupo de privilegiados desconectados de la realidad que es capaz de creer cierto que 4 personas pueden subsistir un mes con 360.000 pesos.
Su compañera Lilia Lemoine se sumó al coro antimédicos: los mandó a estudiar una carrera rentable. “Nadie tiene por qué pagar por tus sueños. Yo quería ser astronauta”, escribió. También se colgó la medalla del retuit presidencial.

Las voceras de Milei reflejan con estilo grotesco el nuevo sentido común que Milei quiere imponer en la Argentina. Con otra formación y convicción, el ministro Federico Sturzenegger dijo: “Un hospital es eminentemente un gasto público que se financia con los impuestos”. Muy en línea con el regalo presidencial al Papa.
La utopía libertaria aspira a desarticular la salud estatal, reivindica la inteligencia interna sobre los críticos, combate el multilateralismo, cuestiona la diversidad sexual (al extremo de referirse a los homosexuales como “sodomitas” como hizo una influencer que apaludió el Presidente), quiere cortar la obra pública, considera ilegítimo el fomento gubernamental a la ciencia, condena el ecologismo, tolera el adoctrinamiento de niños si es “con las ideas verdaderas” y, siempre en nombre de la libertad, fomenta el odio a quien difunde ideas o información inconvenientes.
“A veces Milei parece que es un energúmeno o que pierde los papeles. Pero yo diría que es 50% teatro y 50% falta de paciencia. Cada vez que dice ‘zurdo de mierda’ consigue 100.000 votos más”. La definición corresponde a Huerta de Soto, el pensador anarcocapitalista cuyos libros ahora tiene a mano León XIV.

Al discutir las “formas” de Milei se pierde de vista el fondo. Es una simplificación complaciente para los aliados potenciales de LLA que esperan del nuevo líder del antikirchnerismo equilibrio fiscal y baja de impuestos, con la imprescindible ayuda de la “autenticidad” que dan los pelos revueltos y un par de gritos bien puestos. Ellos también miran a la Corte: ¿cómo sería digerir la dieta de sapos si Cristina Kirchner ya no estuviera en la trinchera de enfrente?

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